Tú no princesa, tú no

Por: Yoani Sánchez
Blog Genración Y                                                             
Tú saldrás de esta cochambre de muertos de hambre…
Joan Manuel Serrat
Fue criada para triunfar. De chiquita, su madre se quitaba el huevo frito del plato –si hacía falta– para dárselo a ella, porque la niña era una promesa de la que colgaba toda la familia. No la dejaban siquiera fregar, para que sus manos no fueran a cuartearse o endurecerse con el estropajo y el hollín. Cuando le peinaba el ensortijado pelo, su hermana mayor le predecía que una vez se casaría con un francés, un español o un belga, con alguien de la “nobleza” monárquica o empresarial. “¡Todos van a enamorarse de ti!” gritaba la abuela, a quien por lavar y planchar para la calle, durante medio siglo, se le habían torcido los dedos con la artritis. Ni siquiera la dejaban tener novio en el vecindario, pues ella debía preservarse para el futuro que le esperaba, para el potentado que vendría a llevársela de aquel atestado solar en la calle Zanja y de aquel país varado en el Caribe.
Un día, cuando apenas salía de la adolescencia, lo encontró. Era mucho mayor y no pertenecía a ninguna familia acaudalada, pero tenía un pasaporte italiano. Físicamente tampoco le gustaba, aunque la sola idea de imaginarse con él en Milán hacía que su abultado abdomen cervecero no le pareciera tan grande. El aroma de la ropa nueva que le traía cada vez que viajaba a La Habana cubría también el olor a nicotina y alcohol que siempre le salía de la boca. En casa, la familia de ella estaba encantada. “La niña se nos va a vivir a Europa” le decían a las vecinas y la propia madre paró en seco una conversación donde ella le contaba que su prometido de vez en cuando se ponía violento y la golpeaba. Así la empujaron hasta la consultoría jurídica donde se oficializó el matrimonio. En las fotos de la boda, ella parecía una princesa triste, pero una princesa.
Cuando el avión aterrizó en el invierno italiano, ya él no se parecía al amable señor que 24 horas antes le había prometido a su madre que la cuidaría. La llevo al club esa misma noche, donde ella debía trabajar sirviendo a los clientes licores y hasta su propio cuerpo. Durante meses, ella le escribió a la abuela sobre los perfumes y la comida que había probado en su nueva vida. Recreó en sus cartas y en sus llamadas telefónicas una realidad muy diferente a la que vivía. Ni una palabra de la extorsión ni del marido que se había evaporado dejándola en manos de un “jefe” al que debía obedecer. En el solar habanero, todos la hacían mimada y feliz, no podía defraudarlos. Cuando la policía italiana desmanteló la red de prostitución en la que ella estaba atrapada, mando un breve sms a los parientes del lado de acá del Atlántico, para no preocuparlos: “No podré llamarlos por varias semanas. Me voy de vacaciones a Venecia para celebrar aniversario de bodas. Los quiere a todos, la princesa”.

Cuba: La última función


Por CARLOS ALBERTO MONTANER
Infolatam/Firmas Press

(Infolatam).- Me lo dijo un viejo y desengañado comunista cubano en un encuentro relámpago que tuvimos recientemente en Madrid: “este Sexto Congreso del Partido me recuerda esa atmósfera de tristeza y nostalgia que se respira en los teatros que realizan su última función antes de ser demolidos”.

Buena metáfora. La generación de Fidel, la que hizo la revolución, es ya octogenaria. Se está despidiendo. A Fidel, que tiene 84, lo jubilaron sus intestinos en el 2006, y Raúl, con casi 80, no tardará demasiado en abandonar la escena. Él mismo se ha dado un plazo de tres a cinco años para transmitir totalmente la autoridad y facilitar una especie de relevo generacional “para que los herederos continúen la obra revolucionaria”.

¿Qué quiere decir eso? Nada, salvo mantenerse en el poder. Aunque siguen repitiendo consignas, ya casi nadie cree en el marxismo-leninismo, mientras el gobierno trata de escapar de la improductividad crónica del sistema fomentando ciertos espacios para que la iniciativa privada alivie el desastre del colectivismo. Al tiempo que aplauden los lemas revolucionarios, los muchachos le llaman a Marx “el viejito que inventó el hambre”.

Los adultos, confidencialmente, reconocen este panorama. Después de 52 años de dictadura, y sin un parlamento hostil o una oposición que obstaculizara la obra de gobierno, los seis elementos básicos que determinan la calidad de vida de cualquier sociedad moderna se han agravado hasta convertirse en pesadillas: la alimentación, el agua potable, la vivienda, la electricidad, la comunicación y el transporte.

Raúl Castro, que es una persona realista, y que no se explica por qué los niños cubanos no pueden tomar leche después de los siete años, no ignora que su hermano ha sido el peor gobernante de la historia de la república fundada en 1902. En 56 años de capitalismo, pese a los malos gobiernos, la corrupción, las revueltas frecuentes y los periodos de dictaduras militares, la Isla se convirtió en uno de los países más prósperos de América Latina y La Habana en una de las ciudades más hermosas del mundo. El sector público era mediocre o malo, pero la sociedad civil funcionaba razonablemente bien.

En 52 años de comunismo, en cambio, sujetada con una correa que impedía los alborotos, la sociedad se empobreció hasta los huesos y el paisaje urbano adquirió la apariencia de un territorio bombardeado. El sector público impuesto por los comunistas era terriblemente torpe, infinitamente peor que el de la etapa capitalista, y la sociedad civil (a la que ahora Raúl trata de darle respiración artificial para ver si revive) había sido cruelmente aplastada.

Es con este melancólico diagnóstico con el que los comunistas cubanos celebrarán su Sexto Congreso. Raúl ha convocado a una cúpula dócil a que respalde sus tímidas reformas y legitime a los funcionarios seleccionados. Se propone designar cuadros de menos de sesenta años, pero los que había (Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Roberto Robaina, Remírez de Estenoz) ellos mismos se encargaron de destruirlos.

¿Quién emergerá como el presunto heredero? Se menciona, sotto voce, aunque nadie está seguro, a Marino Murillo, un economista de 50 años, ex oficial del ejército y ex Ministro de Economía, despreciado por los apparatchiks (“es un simple auditor, no un economista”, me contó uno de ellos especialmente sagaz), hoy a cargo de disciplinar al Partido para que durante este VI Congreso acepte sin chistar los cambios propuestos por
Raúl. Se le atribuye una lealtad total al general-presidente y la decisión de mantener los elementos fundamentales del sistema comunista, aunque eliminando el paternalismo.

¿Tendrá éxito? No lo creo. Raúl, con el auxilio de Murillo, su entenado ideológico, quiere construir un socialismo sin subsidio y un capitalismo sin mercado. Eso es imposible. Ese disparate hay que enterrarlo, como sucedió en Europa del Este. Sin embargo, no es improbable que, tras la desaparición de los Castro, durante cierto tiempo las Fuerzas Armadas mantengan férreamente el poder, pero sólo hasta que salte la chispa y veamos en Cuba un desenlace violento. Quienes se empeñan en impedir la evolución natural de la historia acaban provocando unas devastadoras catástrofes.

Carlos Alberto Montaner nació en La Habana en 1943. Es escritor y periodista. Ha sido profesor universitario y conferenciante en varias instituciones de América Latina y Estados Unidos. Es autor de unos quince títulos, entre los que se destacan sus libros de ensayos Doscientos años de gringos, La agonía de América, Libertad, la clave de la prosperidad, No perdamos también el siglo XXI y Viaje al corazón de Cuba. Es coautor de "Manual del perfecto idiota latinoamericano" y de "Fabricantes de miseria". Como narrador, ha publicado las novelas "Trama" y "Perromundo". Ha sido traducido al inglés, el italiano, el portugués y el ruso. Semanalmente varias docenas de diarios de América Latina, España y Estados Unidos reproducen su columna periodística. Vive en Madrid desde 1970. Es vicepresidente de la Internacional Liberal. 

Piqueteros intelectuales


OPINIÓN

Por Mario Vargas Llosa publicado en la edición impresa del Diario La Nación de Argentina. Opinión a raíz de la oposición de algunos  intelectuales argentinos a que el reciente ganador del Premio Nobel de Literatura abriera la Feria del Libro en ese país. En este artículo el escritor explica las razones de intolerancia a la diversidad de pensamiento que tienen grupos kirchneristas -muchos de ellos populistas de izquierdas-. Como siempre, Vargas Llosa describe con criterio de alto vuelo, los puntos coincidentes de estos opositores con las dictaduras de izquierdas y de derechas.


"¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición".
MADRID.- Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados con el grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su gobierno, ni oportuna, cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.
Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta.
Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.
Precisamente, la única vez que he padecido un veto o censura en la Argentina, parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas, fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindeguy, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que ésta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.
Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".
Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina, el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.
Fuego de artificio
El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación -al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana.
Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, sólo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.
Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que sólo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento, sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América latina.
¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.
De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero .
Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".
Tomado del © El País de España. 13 de marzo 2011.




Rafael Correa y el síndrome de Münchausen

Por Carlos Alberto Montaner

Periodista y escritor cubano.

11/01/2011


El presidente Correa tiene una extraña obsesión conmigo. Esto comienza a ser un grave problema psiquiátrico.¿Por qué miente el presidente Correa? Una hipótesis es que padece la variante política del síndrome de Münchausen, uno de los llamados “trastornos facticios” que afectan la mente. Quienes lo sufren inventan dolencias y se convierten en víctimas para llamar la atención.

El primer síntoma de su curiosa manía comenzó con una agresiva carta en la que se quejaba de El regreso del idiota, un libro que publiqué en compañía de Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza hace unos años. Cuando la leí me decepcionó. Me pareció una persona crispada y sin sentido del humor. Hasta ese momento creía que era una persona mucho más inteligente y flexible. Era un hombre psicorígido con una manifiesta tendencia a la iracundia. Admito mi error.
Después me acusó de formar parte de una organización de Derechos Humanos que lo había acusado de alguna violación. Yo nada tenía que ver con esa institución ni con la denuncia. No tenía idea de lo que hablaba. Ahora insiste en vincularme a una supuesta conspiración para derrocarlo en la que figuraba el ex presidente Lucio Gutiérrez. Se lo ha declarado al periodista hispano-francés Ignacio Ramonet en una entrevista reproducida en Le Monde Diplomatique.
El origen de esa calumniosa falsedad fue una charla dada por Gutiérrez en un acto académico convocado en Miami por el Instituto Interamericano por la Democracia, una semana antes del motín policiaco del 30 de septiembre. Me pidieron que lo presentara y, como es habitual, dije algunas frases amables sobre el disertante. Eso fue todo. Antes lo había hecho con otros invitados, dado que por esa libre tribuna han pasado dos docenas de personas, y entre ellas ex presidentes como el argentino Eduardo Duhalde y el uruguayo Luis Alberto Lacalle.
En el público, naturalmente, había un grupo de ecuatorianos notables residentes en Miami. Algunos de ellos detestan a Correa y afirman que recurre frecuentemente a la persecución judicial y fiscal de sus enemigos. Condenan, como medio Ecuador, la forma en que acumuló poder violando la Constitución, destrozando los poderes legislativo y judicial, y desconfían de sus intenciones por la manera en que trata a la prensa y recorta las libertades. Temen que conduzca al país a un alborotado manicomio como es la Venezuela de Hugo Chávez o a una dictadura como la cubana. Yo no estoy seguro de lo que tiene en la cabeza, pero, por lo pronto, me parece un pésimo gobernante dedicado a crear problemas en lugar de buscar soluciones.
La conferencia de Gutiérrez se divulgó inmediatamente por medio de internet, dado que nada hay oculto o siniestro en las tareas del instituto: todo es transparente, limpio y dentro del respeto a la ley. De ese video, el señor Correa dedujo las supuestas “pruebas” de la conspiración. ¡Qué actitud tan demagógica y tan poco seria! ¡Pobres ecuatorianos! Es una lástima que los trastornos facticios posean tan mal pronóstico. No tienen fácil cura.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el blog Libremente del centro de estudios públicos ElCato.org.

NO PERMITAMOS QUE AGUSTIN CERVANTES SEA OTRO ZAPATA


Se ha publicado este mensaje urgente de Oswaldo Payá, denunciando la crítica situación del prisionero Agustín Cervantes, quien el día de Nochebuena estaba en su décimo día de huelga de hambre. Este hombre fue trasladado, encadenado y lanzado al piso en un ómnibus, le pusieron la bota en la boca para que no gritara, lo tiran como un animal desnudo en la celda, y todo eso porque no se somete.

En los momentos en que Payá lanzó este mensaje, el día de Nochebuena, Agustín Cervantes se encontraba en estado grave, es por eso que estamos uniéndonos a este llamado para salvar su vida. Me uno a la voz de Payá, hagamos algo por este valiente, "no esperemos que muera como Zapata". No necesitamos más mártires.

Les pido a todos que pongan su corazón en esto, levanten su voz al mundo, divulguen esto en sus muros de Facebook, en Twitter, en sus blogs, para evitar que haya otra víctima de la represión del régimen.

Tomado de: http://porloclaro.blogspot.com/2010/12/no-permitamos-que-agustin-cervantes-sea.html

Haga click en el link para que escuche el mensaje de Oswaldo Payá.

Obama salvó el capitalismo y fue castigado por ello

Mucho se habla del tsunami republicano que sepultó al partido democráta en un susceso electoral histórico. ¿Tan mal lo ha hecho Omaba para recibir este castigo? Para Timothy Egan, reconocido columnista del The New York Times, Obama salvó al capitalismo y explica muy bien porqué. En estas explicaciones menciona una serie de beneficios logrados que según él han sido desconocidos por el gran electorado, tal vez porque no tiene el alcance para comprenderlos.

Cómo es posible que un gobierno luego de excelentes estrategias aplicadas para obtener una reactivación de la absolutamente estrangulada economía, heredada por el peor gobierno que haya tenido esa nación -el mandato de Bush hijo-, reciba un rotundo NO en el voto de los electores, muchos de ellos que otrora  entregaron el SI que llevó a Obama a la Casa Blanca.

¿Dónde estuvo el error democráta? En mi opinión, si el ciudadano norteaméricano desconocía o no comprendía la verdadera escencia de los avances del gobierno en el manejo de la crisis, no cabría duda que hubo un grave problema de comunicación del gobierno a la población, política comunicacional que los democrátas omitieron y que ahora les pasó la cuenta.

En mi caso, yo le creo a Timothy Egan, porque además, siempre he tenido simpatía por los democrátas y mi voto simbólico es y será para Obama, al margen de sus errores que como a cualquiera se les pueda señalar.

A continuación los argumentos del columnista Timothy Egan, en el que ofrece datos muy interesante que aseguran que Obama es el salvador del capitalismo y por lo cual ha recibido tal castigo.

De cómo Obama salvó el capitalismo y perdió las elecciones intermedias

Por Timothy Egan
The New York Times
4 de noviembre de 2010


Si yo fuera uno de esos donantes corporativos que financiaron el tsunami republicano que llevó a más de 50 nuevos miembros de ese partido a la Cámara de Representantes, estaría cauteloso con lo que acaba de ocurrir.

Independientemente de la opinión que tengas sobre el presidente Barack Obama, él ha salvado al capitalismo y por eso ha pagado un precio terrible.


Supón que hubieras dispuesto de 100,000 dólares para invertir el día de la inauguración del gobierno de Obama. ¿Por qué invertir en un demócrata liberal? Porque el gobierno de George W. Bush produjo la mayor caída en la bolsa de valores en la historia presidencial de este país. El valor neto de los hogares estadounidenses se desplomaba mientras Bush se escabullía. Si necesitabas un préstamo para comprar una casa o para que tu empresa no se malograra, el sector privado de prestamistas ya se había deteriorado cuando Bush entregó el poder.


El 2 de noviembre de 2010, día de las elecciones intermedias, tus 100,000 dólares valían alrededor de 177,000 si los habías invertido estrictamente en el promedio NASDAQ durante el período presidencial de Obama. Asimismo, tenían un valor de 148,000 dólares si los invertiste en las 500 principales empresas de Standard & Poors. Esto debe producir una ganancia del 77 y el 48 por ciento, respectivamente.


Sin embargo, los mercados, aunque con visión de futuro, no se consideran marcadores precisos de la economía, y la gran recesión que sufre el país sesgó las cifras de Bush. Bien. ¿Qué tal si miramos hacia las grandes instituciones financieras que mantuvieron la maquinaria capitalista funcionando, como los bancos y las fábricas de autos?


El sistema financiero fue resucitado a través del plan de rescate económico de 700,000 millones de dólares, el cual comenzó en la era de Bush (un dato que la mayoría de los estadounidenses desconoce) y fue finalizado por Obama con la ayuda de la Reserva Federal. Este plan funcionó. Se espera que el gobierno alcance el equilibro tras una apuesta riesgosa para estabilizar el sistema mundial de libre mercado. Si Obama se hubiera guiado por los instintos populistas de muchos miembros de su partido, los cimientos del gran capitalismo podrían haber colapsado. Obama logró esto sin tener que nacionalizar bancos, como sugerían otros demócratas.


El rescate de la industria automovilística de Estados Unidos, que ha sido una carga enorme para el capital político de Obama, constituye un logro monumental que muy pocos aprecian, a menos que vivas en Michigan. Después de recibir la ayuda de Obama, las empresas General Motors y Chrysler están obteniendo ganancias en la actualidad con su fabricación de autos. Incluso están pensando en abrir fábricas nuevas. Más de 1 millón de empleos habrían desaparecido si la industria automovilística nacional se hubiese derrumbado.


“Debemos pedir disculpas a Barack Obama”, escribió la revista The Economist, que se oponía al rescate financiero de la industria automovilística, cifrado en 86,000 millones de dólares.


En cuanto a General Motors, tras resurgir de la bancarrota, lanzará una oferta pública de nuevas acciones en pocas semanas, mientras que el gobierno estadounidense, con su participación del 60 por ciento en las acciones comunes, se prepara para obtener ganancias. En efecto, la industria automovilística se ha salvado y es probable que el gobierno se beneficie económicamente de eso, lo cual es uno de los éxitos del gobierno de Obama.


Las tasas de intereses están en su punto más bajo. Las ganancias corporativas están iluminando las salas de conferencias. Este ha sido uno de los mejores años de ganancias en una década.


Todo lo anterior es bueno para el capitalismo y debe poner fin a cualquier debate serio sobre el socialismo de Obama. Más que nada, el hecho de que el presidente se enfrentara a los fallos estructurales de un sistema de libre empresa deteriorado, en vez de enfocarse en situaciones que el votante promedio pueda comprender, explica por qué el Partido Demócrata fue derrotado en las elecciones del martes. Simplemente, Obama se vio perjudicado por la ansiedad de los votantes en una década de fortunas disminuidas.


“Hemos hecho cosas que el pueblo ignora”, dijo Obama al presentador Jon Stewart.


¡Por supuesto! Los tres logros principales de sus primeros dos años de mandato, una reforma al sistema de salud que beneficiará a millones de personas; la reforma financiera que intenta nivelar el campo de acción con Wall Street; y el paquete de estímulo económico de 814,000 millones de dólares, todos han sido considerados como errores del gobierno y han sido rechazados por la mayoría.


Sin embargo, a su manera, cada uno de ellos debe fortalecer al sistema. La ley de salud mantendrá los costos bajos, mientras que le proporcionará a millones de ciudadanos la oportunidad de obtener cobertura médica, según la oficina de presupuesto congresional, un grupo sin afiliación partidista.


La reforma financiera intenta prevenir los tipos de crisis que causaron el colapso de la economía mundial. El paquete de estímulo económico, aunque incrementó drásticamente el déficit, evitó que se perdieran 3 millones de empleos, de acuerdo con datos de la oficina de presupuesto congresional. Asimismo, proporcionó un recorte a la mayoría de los contribuyentes, algo que el 90 por ciento de los estadounidenses desconoce.


Claro, nadie recibe crédito por impidir que un avión se estrelle. En las manifestaciones nadie ha gritado: “¡Podría haber sido peor!” Y más revelador aún, a pesar de un ligero repunte en la creación de empleos este año, es que la tasa de desempleo subió del 7.6 por ciento en el mes en que Obama asumió la presidencia al 9.6 por ciento en la actualidad. Ha habido miles de millones de dólares en ganancias, beneficios inesperados en la bolsa de valores y el sistema bancario se ha estabilizado, pero el sector laboral no.


Por supuesto, los grandes intereses monetarios que se beneficiaron de las iniciativas de Obama no han dado muestras de aprecio. Obama, cuando era senador, votó en contra del rescate financiero de AIG, la gigantesca e imprudente empresa de seguros. Como presidente, les concedió préstamos de tesorería en un momento en que los economistas dijeron que se podía hacer porque, de lo contrario, se podría arriesgar a un colapso mayor. La respuesta de esos grandes intereses fue entregar 165 millones de dólares en bonificaciones a sus ejecutivos y hacer donaciones este año al Partido Republicano.


El dinero fluye hacia el poder, ahora en las manos del partido que promete reducciones de impuestos y desregulación, algo que puede complacer grandemente a las grandes empresas.


El presidente Franklin Roosevelt también salvó al capitalismo en 1933, en una época en que el sistema de libre empresa había fracasado. A diferencia de Obama, Roosevelt fue recompensado con victorias en las elecciones intermedias para su partido, porque la mayoría del pueblo estaba satisfecho con la dirección en que marchaba el país.


Obama se puede catalogar como el mejor amigo del consumidor y puede dar la bienvenida a la animosidad en Wall Street. Pero debe emprenderla con las empresas que descansan sobre una gran pila de dinero y no están contratando a nuevos empleados. A las empresas que sí están contratando y creando nuevos puestos de trabajo, Obama debe ofrecer incentivos fiscales. Asimismo, el presidente debe señalar a los gigantes del mundo de las finanzas por negarse a limpiar su propio reguero en la crisis hipotecaria, y debe enfocarse en la muy necesitada protección de los titulares de tarjetas de crédito que viene aparejada con la reforma financiera.


El presidente debe usar su poder de veto con cualquier proyecto de ley que intente revertir algunas de las protecciones básicas para el pueblo con respecto a las instituciones que controlan grandemente la vida de los ciudadanos, como son Wall Street, las empresas aseguradoras y las grandes corporaciones petroleras.


Los manipuladores de las grandes riquezas se quejan de una fiera tormenta y claman que hay una guerra contra las empresas, pero no están siquiera cerca de eso. Obama los salvó de la bancarrota y ha sido él quien ha pagado el mayor precio.
 
*Timothy Egan
Trabaja para The Times desde hace 18 años - como corresponsal del Noroeste del Pacífico. Su columna sobre la política y la vida estadounidense aparece aquí el jueves. En 2001, formó parte del equipo ganador del premio Pulitzer que escribió la serie "Cómo se vive la carrera en Estados Unidos." Él es el autor de varios libros, incluyendo "El peor momento duro", una historia de la gran sequía, con la que ganó el Premio Nacional del Libro y, más recientemente, "The Big Burn:. Teddy Roosevelt y el fuego que América Guardado".

La propiedad privada necesita ayuda

Si quieres saber cómo está Cuba y los efectos de sus últimos estrujamientos impuestos por una política totalitaria y desesperada -creo que no hay nada peor que eso para un país- la siguiente nota publicada por Cubanet, es una fotografía instántanea de la isla actual.

Por: Francisco Chaviano González

LA HABANA, Cuba, octubre (http://www.cubanet.org/) - Cincuenta años de propiedad social en Cuba han dejado un nefasto resultado de ineficiencia, abuso laboral y miseria. La industria se volvió obsoleta, los suelos se convirtieron en poco productivos y la desidia se adueñó de todo. El salario creció muy poco y la capacidad para adquirir bienes y servicios se redujo alrededor de 50 veces.

La otrora azucarera del mundo ha terminado importando azúcar para su consumo; lo mismo sucedió con el café, el tabaco y la producción agropecuaria, que no cubre ni remotamente las necesidades en un país sub poblado y con condiciones naturales excepcionales para la producción agrícola.

Hace cincuenta años que la economía cubana no es sustentable, y aunque este adjetivo está de moda hace algún tiempo, poco se ha hecho para remediar la situación. Recientemente el presidente Raúl Castro informó que más de un millón de trabajadores perderían su puesto de trabajo, en un proceso de racionalización que prescindirá de quinientos mil en el primer año. Al mismo tiempo declaró que no quedarían sin amparo, porque se autorizará la creación de pequeñas empresas privadas.

La población está atemorizada por los despidos, y muestra poco entusiasmo para montar pequeñas empresas. Los llamados del gobierno para promover la propiedad particular son funestos. En dos ocasiones el pueblo se ilusionó con aperturas de este tipo y terminó desengañado, viviendo amargos momentos.

A principio de los años 80 el gobierno permitió el mercado libre campesino, la producción y venta de los artesanos, y otros trabajadores por cuenta propia; aquello terminó con operativos policiales conocidos como Pitirre en el alambre, Operación adoquín, Operación maceta y otros, donde casi todos terminaron esquilmados y algunos hasta presos.

A mediados de los 90, cuando la situación económica volvió a ser extrema debido a la caída de los países socialistas de Europa, nuestros gobernantes acudieron a la misma treta y los hechos se repitieron. Se impusieron impuestos draconianos que acabaron con la mayoría de los pequeños empresarios, asediados por los inspectores. Otros, empeñados en sobrevivir, fueron empujados a la ilegalidad y el soborno, en una espiral de inmoralidad. Los puestos de venta de productos agropecuarios fueron cerrados, perdiendo los propietarios su instalación y el pueblo los abastecimientos.

Ahora se repite la estratagema, con una perspectiva más amplia, y en medio de una situación agravada por la necesidad que tiene el estado de que se creen empleos para más de un millón de trabajadores, pero con la inseguridad de las experiencias padecidas. No hay una ley que los proteja, por lo que las nuevas pequeñas empresas que el Estado quiere ahora que los cubanos creemos, estarán a merced de que mañana se les expropie, sin más ni más.

Tampoco existe una superestructura que dé cobertura a su funcionamiento, ya sea de la banca para operar financieramente o de venta mayorista para adquirir materias primas e insumos. Estas pequeñas empresas tendrán que adquirir los medios requeridos en las tiendas minoristas, donde ya están gravados por un impuesto de 240%, producir bienes y servicios pagando mano de obra y el impuesto estatal, que aún se desconoce, pero sin dudas será muy alto, para luego vender su producto a un pueblo empobrecido y generar ganancias. ¡Imposible!

Para subsistir, estas empresas tendrán que operar al margen de la ley, comprando materiales robados, sobornando a policías e inspectores corruptos y siempre a merced de la expropiación y otros males.

Álvaro Vargas Llosa dice que Nobel a su padre respalda su lucha por la libertad

El periodista consideró que el hecho de que se premie a una persona que ha defendido las libertades públicas “no puede dejar de ser un gran espaldarazo a quienes defienden esa misma causa en los países donde las libertades están en peligro o han desaparecido”.

El hijo del escritor Mario Vargas Llosa, el periodista Álvaro Vargas Llosa, afirmó que al premiar a su padre con el Premio Nobel de Literatura no sólo se reconoce su carrera en las letras, sino que también significa un espaldarazo a la lucha por las libertades públicas.

En conversación con el canal argentino C5N expresó su satisfacción por el galardón “no sólo por mi padre, sino también por la literatura latinoamericana y la literatura en lengua española”.
Indicó que no cree que haya primado el criterio político al momento de escogerlo como ganador. Sin embargar, enfatizó que “una persona que junto con otras en América Latina simbolizan la defensa de las libertades públicas en todos los ámbitos haya obtenido este reconocimiento, no puede dejar de ser un gran espaldarazo a quienes defienden esa misma causa en los países donde las libertades están en peligro o han desaparecido”.

Explicó que ello es una interpretación “cívica y ética” y agregó que “si creo que en la medida que se está haciendo esta doble interpretación en todo el mundo… no puede dejar de ser un fortalecimiento para esa buena causa y yo creo que es justo que así sea”.

Enfatizó que “no se le da el reconocimiento a la mitad de un individuo, se le da a la totalidad de ese individuo, y si ese individuo además de ser un escritor es también un actor cívico, un actor moral, que se ha pasado décadas defendiendo ciertas cosas, creo que es justo que también le toca, aunque sea indirectamente y aunque esa no sea la intención, le toca parte de ese premio a esa enorme causa”.

Álvaro Vargas Llosa indicó que al saber del Premio a su padre pensó en los cubanos y los venezolanos, pues el escritor es fuertemente crítico a los gobiernos de Raúl Castro y Hugo Chávez.

Asimismo, señaló que “pienso intensamente en José Luis Borges”, quien falleció sin obtener el premio “por las malas razones”, dijo.

Fuente: América Economía

EL SACO DE LOS INCONFORMES

Una imagen endulzada muestra a Cuba como un país donde triunfó la justicia social a pesar de tener como enemigo al imperialismo norteamericano. Durante más de medio siglo, se ha alimentado el espejismo de un pueblo unido en torno a un ideal, trabajando denodadamente por alcanzar la utopía bajo la sabia dirección de sus líderes. La propaganda política y la turística, distorsionadoras de nuestra realidad, han echado a correr la voz de que quienes se oponen a la causa revolucionaria son mercenarios sin ideología al servicio de amos extranjeros. Cabe preguntarse cómo ocurrió el proceso que llevó a millones de seres en este planeta a creer que la unanimidad se había instalado —de manera natural y voluntaria— en una isla de ciento once mil kilómetros cuadrados. Qué les hizo creerse el cuento de una nación ideológicamente monocromática y de un Partido que representaba y era apoyado por cada uno de sus pobladores. En el año 1959, cuando triunfó la insurrección contra el dictador Fulgencio Batista, los barbudos llegados al poder lanzaron a sus enemigos a un saco con el rótulo “esbirros y torturadores de la tiranía”.

A lo largo de la década del sesenta y como consecuencia de las leyes revolucionarias que terminaron por confiscar todas las propiedades productivas y lucrativas, aquel reservorio inicial tuvo que ensancharse y le añadieron las etiquetas “los terratenientes y explotadores de los humildes”, “los que pretenden regresar al bochornoso pasado capitalista” y otras de igual corte clasista. Al llegar los años ochenta cayeron en el depósito de los contrarios al sistema también “los que no están dispuestos a sacrificarse por el futuro luminoso” y “la escoria”, ese hallazgo lingüístico que pretendía definir a un subproducto del crisol donde se forjaba no solo la sociedad socialista sino también el hombre nuevo, que tendría el deber de construirla y algún día el placer de disfrutarla. Los rotuladores de la opinión no hacen ninguna diferencia entre quienes se opusieron a las promesas iniciales de transformación social y los creyentes que terminaron frustrados ante su incumplimiento. Porque toda promesa tiene un plazo, sobre todo si es política y cuando caducan las prórrogas proclamadas en los discursos, se agota la paciencia y aparecen posiciones difíciles de etiquetar por esos eternos clasificadores de ciudadanos. De manera que desde hace varias décadas han aparecido en Cuba quienes sostienen que las cosas debieron hacerse de otra forma, los que llegaron a la conclusión de que toda una nación fue arrastrada a la realización de una misión imposible, un gran número que quisiera introducir algunas reformas e incluso los que pretenden cambiarlo todo.

Pero ahí está el saco con su insaciable boca abierta y la misma mano arrojando a su interior a todo el que se atreva a enfrentarse a la única posible “verdad” monopolizada por el poder. No importa si es socialdemócrata o liberal, demócrata cristiano o ecologista, o simplemente un inconforme independiente; si no está de acuerdo con los dictados del único partido permitido —el comunista—, es tomado como un opositor, un mercenario, un vendepatria, en fin, se le clasifica como un agente a sueldo del imperialismo.

Obstinadamente muchos siguen mirando la estampita edulcorada que muestra un proceso social justiciero y tratan de justificar la intolerancia que lo acompaña a partir de sus logros —ya bastante deteriorados— en la salud y la educación. Son quienes no pueden entender que los modelos usados para perfilar el retrato triunfalista del sistema cubano, se tornan muy diferentes cuando se bajan del pedestal donde posan. Paciente hospitalario y alumno de una escuela no son sinónimos de ciudadanos de una república. Cuando un hombre o una mujer de carne y hueso —con aspiraciones personales y sueños propios— se encuentra fuera de “la zona de beneficios de la revolución”, descubre que no tiene un espacio privado donde fundar una familia, ni un salario correspondiente con su trabajo, ni un proyecto de prosperidad lícito y decente. Cuando además reflexiona sobre los caminos que tiene a su alcance para modificar su situación, encuentra que solo le queda emigrar o delinquir. Si llega a meditar en como modificar la situación del país, descubrirá lleno de pánico el amenazante dedo acusador de un Estado omnipresente, el insulto descalificador, la intolerancia revolucionaria que no admite ni críticas ni propuestas. Se dará cuenta entonces que ha ido a parar al saco de los disidentes, donde por el momento sólo le aguarda la estigmatización, el exilio o la cárcel.

Autor: Yoani Sánchez
Fuente: El Nuevo Herald/Opinión/29 de septiembre de 2010

"Chile representa para Castro su peor derrota continental"

“-¿De qué se trata?

-Deberías adoptar la nacionalidad cubana. Te la conseguiremos en poco tiempo -afirmó escrutándome, tratando de descubrir algún indicio de mis sentimientos ante sus palabras-. Te haces cubano y puedes acceder a trabajos que, por razones de seguridad, sólo están reservados a cubanos.

-¿Y mi lucha contra Pinochet?

-¡Guanajerías! ¡Olvídate de Chile por muchos años! -Es mi patria.

-A tu patria la puedes servir mejor integrándote a la Revolución cubana. Como van las cosas, es probable que a Chile lo libre sólo una nueva generación de líderes. Los viejos políticos de izquierda, instalados en Europa, seguirán aferrados al inmovilismo. Nunca, óyelo bien, nunca conquistarán el poder, a lo más terminarán por cerrar una alianza con los militares para disfrutar las migajas del poder político. Hazte cubano, chico, te lo está ofreciendo el comandante Ulises Cienfuegos.”

Este es un fragmento de la novela autobiográfica “Nuestros años verde olivo” del afamado escritor chileno Roberto Ampuero. La novela es un tajante testimonio y cuenta la historia de un joven chileno que tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, decide exiliarse en La Habana y se enamora de la hija del comandante Ulises Cienfuegos.

Precisamente “Nuestros años verde olivo” es -según su autor- una de las novelas chilenas que han sido censuradas por el gobierno cubano, las otras dos son “Persona non grata” de Jorge Edwards y “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda.

Esta censura fue una de las razones por la que Ampuero criticó duramente la visita, el año pasado, de Michelle Bachelet a Cuba –Presidenta de Chile por ese entonces- para inaugurar la Feria del Libro en Cuba. En su momento, el artista consideró este viaje como un asunto moral y ético ya que un presidente (se refiere a Bachelet) que ha vivido y ha sufrido los rigores de la dictadura de Augusto Pinochet no puede ir a un país donde hay una dictadura desde hace 50 años. "No es posible que un Gobierno vaya a inaugurar una feria y con esto legitime un política de censura contra los autores de su propio país", afirmó Ampuero y a su vez expresó refiriéndose a Raúl Castro: "Todo esto es un show mediático. Yo lo reto a que permita la circulación de libros chilenos y de autores cubanos que viven en el exilio. Cuando dé ese paso, estaré convencido de que esto no es una reacción.

Este reconocido escritor que por los años setenta fuera un joven seguidor del modelo socialista cubano, hoy contrasta la Cuba actual con aquellos años y reconoce que los exiliados que arribaron a la isla no pudieron extraer de ese modelo ninguna lección sobre democracia ni economía ni derechos humanos. “…aprendimos pronto algo traumático: el modesto Chile de entonces, que anhelábamos convertir en socialista, era más democrático, pujante y próspero que el modelo que pretendíamos imitar.” Aseveró el escritor en un interesante análisis sobre los dos modelos: Chile y Cuba, publicado por Diario Miami Herald y que reproduzco a continuación:

ROBERTO AMPUERO: Chile y Cuba: dos modelos

El Nuevo Herald
18 setiembre 2010
Por: Roberto Ampuero

Este 18 de septiembre Chile conmemora el bicentenario de su independencia política. Millones de chilenos dejan estos días sus ciudades o el país para celebrar un desarrollo que los enorgullece y en el cual confían. Notables los últimos tres decenios de ese país de 16 millones de habitantes, ingreso per cápita de 15,000 dólares y economía abierta. Después de la traumática polarización nacional bajo Salvador Allende y la represión bajo Augusto Pinochet --dictadura que asimismo sentó las bases de la exitosa economía actual--, Chile exhibe hoy logros en exportaciones, prosperidad material y cultural, reducción significativa de pobreza y estabilidad, y es visto en la región como un modelo atractivo.

En el bicentenario del país donde nací no puedo olvidar la isla donde pasé años cruciales de mi juventud y extraje lecciones para toda la vida. Desde mediados de los 60 la isla fue un modelo para la izquierda chilena, visión utópica que se instaló en La Moneda en la administración de Allende. Cuán equivocados estábamos quienes veíamos en el socialismo una alternativa lo demuestra el presente: por un lado tenemos un país con democracia sólida, a punto de convertirse en nación desarrollada, y por el otro a uno con economía agónica, que reprime, niega las libertades individuales y exilia a parte de la nación. Los exiliados que arribamos en Cuba en los setenta aprendimos pronto algo traumático: el modesto Chile de entonces, que anhelábamos convertir en socialista, era más democrático, pujante y próspero que el modelo que pretendíamos imitar. De Cuba un chileno no podía extraer lecciones sobre democracia ni economía ni derechos humanos.

¿Lo supo también Allende? Allende, que ganó muchas elecciones en su trayectoria, fue un revolucionario demócrata, y su visión utópica causó la polarización que nos dividió fatalmente. Pero, a diferencia de Castro, que nunca ganó elección en buena lid, creía en las elecciones y en que alcanzaría una mayoría para construir el socialismo. Inquieto por la sombra que le proyectaba esa alternativa, Castro liquida a su amigo mediante dos estocadas: en 1971 viaja a Chile en visita de 10 días y permanece 30, sin que Allende pueda deshacerse de él. Sus maratónicos discursos alarman a los sectores medios y altos de Chile. Luego Castro fortalece su apoyo militar al MIR y sectores radicalizados de la Unidad Popular, creando la oposición de izquierda a Allende. Si la vía de este era posible o no, no importaba. La misma izquierda procastrista que exigía la vía armada, la abortaría.

Después, como en el caso de Frank País, Camilo Cienfuegos o el Che Guevara, Castro se apoderó en beneficio propio de la imagen de Allende, algo que aún intentan corregir los chilenos. Al obsequiarle el fusil con que Allende debía defender su revolución pacífica, le obsequió en rigor el arma con que lo mataría. Bajo Pinochet, Castro continuó interviniendo en Chile: preparó guerrilleros que debían derrotar al ejército chileno y construir el socialismo, y que en democracia devinieron combatientes internacionales, terroristas, delincuentes comunes o desmovilizados. Hoy Castro no le perdona a la izquierda chilena renovada su escaso entusiasmo por La Habana y sus condenas de la violación de derechos humanos en la isla. Para él, son desagradecidos. Tampoco ve con buenos ojos que los chilenos escogiesen este año sin dramas un presidente de centroderecha, solidario con los cubanos demócratas. Chile representa para Castro su peor derrota continental, porque al final el modelo no era el suyo sino el de un país que se le escapó de las manos. Al conmemorar nuestro bicentenario, pienso en Cuba y en la inevitabilidad de que será democrática y próspera nuevamente.

Breve sobre Roberto Ampuero:

Nació en Valparaíso, en 1953, y actualmente vive en Estados Unidos, donde realiza cursos de posgrado, y enseña en la Universidad de Iowa y en el Middlebury College. Estudió en el Colegio Alemán de su ciudad y natal y, hasta el golpe de estado, cursó antropología social y literatura latinoamericana en la Universidad de Chile. En 1973 abandonó el país. Ha vivido en Cuba (1973-79), donde estudió literatura, Alemania del este (1980-83), Alemania Federal (1983-94), Suecia (1997-2000) y desde el 2000 en Estados Unidos.
Es autor de la popular saga del detective privado de origen cubano Cayetano Brulé, que en Chile ha superado la barrera de los 100.000 ejemplares vendidos, y que también ha sido editada en Francia, Italia, Alemania, Portugal, España y otros países. Sus novelas policiales comprenden “¿Quién mató a Cristián Kustermann?”, “Boleros en La Habana”, “El alemán de Atacama” y “Cita en el Azul profundo”. También ha generado gran impacto editorial su novela autobiográfica “Nuestros años verde olivo”, que narra la experiencia del exilio chileno en Cuba. Sus cuentos fueron publicados en “El hombre golondrina”, y una novela para jóvenes en “La guerra de los duraznos” (Editorial Andrés Bello), que relata la historia de niños de Valparaíso durante la dictadura de Pinochet.