Por: Daniel Fernández
El tiempo, o quizá un mecanismo piadoso de la memoria, hace que con los años se borren de los recuerdos los hechos más desagradables o dolorosos. Sin embargo, siempre hay cosas que no se olvidan, ni aun queriéndolo. La pregunta que le hiciera la periodista Carmen Lira de La Jornada, de México, a Fidel Castro sobre la persecución a los homosexuales en Cuba y la institución de los campos de concentración conocidos como UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), que funcionaron de 1965 a 1968, ha vuelto a poner en primer plano ese episodio tenebroso de la historia cubana.
¿Qué es lo primero que recuerdo del inicio de tantos horrores? Quizá sea la noticia de que Cristóbal -- he olvidado su apellido -- había sido detenido en la zona de El Vedado y enviado a uno de esos campos terribles de trabajo forzado en la provincia de Camagüey.
No sabría decir si lo más inmediato que sentí fue el asombro o la cólera; pero lo que sí se quedó para siempre, por todos los años que aún habría de vivir en Cuba, fue un miedo atroz. Ese miedo se apoderó de todos los que éramos sus amigos, un grupo de creadores principiantes que frecuentábamos el círculo de la pintora Loló Soldevilla y su esposo, el cronista Miguel Angel Ponce de León (‘‘Poncito'' hijo del famoso pintor Fidelio Ponce de León).
Aunque en aquel grupo de jóvenes y no tan jóvenes muchos nos identificábamos con la Revolución, hasta los entonces más convencidos de las bondades del socialismo, como los dramaturgos Fermín Borges y Héctor Santiago, se alarmaron e indignaron ante el establecimiento de semejantes campos de concentración. Pronto su indignación se convertiría también en miedo y terminarían abandonando el país.
En esos años se organizaron "recogidas'' en los centros nocturnos como la cafetería del Hotel Capri, la heladería Coppelia, y hasta a la salida del Teatro Nacional García Lorca. Se aparcaban ómnibus en los que se introducía a la fuerza y atropelladamente a todas las personas.
En la estación de policía los detenidos debían probar su inocencia mostrando documentos que los identificaran como integrados a la revolución (carnet del Comité de Defensa, del sindicato o de alguna filiación gubernamental). Los que no pudieran hacerlo eran enviados a los famosos campos donde el esclarecimiento de su situación podía necesitar meses y "la palanca'' de alguien con poder que pudiera ayudar al inocente detenido. Esto claro, si la persona -- hombre o mujer entiéndase bien -- no era homosexual, ni testigo de Jehová, ni "desafecto'' a la revolución.
Al cabo de un tiempo, las "recogidas'' en ómnibus cesaron, pero el envío de personas a esos campos continuó, sólo que los métodos se hicieron más sofisticados. Por ejemplo, al esposo de una de mis primas lo fueron a buscar a la peletería donde trabajaba. Denunciado como desafecto por la "chivata'' (la informante) de la cuadra, sin que avisaran a su familia, estuvo desaparecido por meses.
Cuando ya mi prima, después de haberlo buscado por hospitales, morgues y estaciones de policía, lo daba por muerto en el mar (pensaba que había escapado en balsa sin decirle nada para no comprometerla), recibió una carta, enviada clandestinamente desde Camagüey, donde él le contaba su odisea. Lo tenían en un campo de concentración de trabajos forzados, por el simple hecho de no participar en las organizaciones revolucionarias. Ese es sólo un caso del que puedo dar fe; pero hubo miles similares.
En muchas ocasiones, la denuncia era motivada por los deseos de alguien de los Comités de Defensa de la Revolución (informantes voluntarios del gobierno) o de la policía secreta que quería ejercer una venganza personal, o como en el caso de otro amigo, apoderarse del desvencijado cuartico que tenía éste en un solar.
Yo no fui enviado a la UMAP porque en esos días me llamaron al Servicio Militar Obligatorio (SMO), y cuando me detenían en la calle --cosa que pasaba a diario-- tenía un carnet militar que me amparaba. Aunque la persecución no terminaba nunca para los homosexuales, pues en el SMO se nos tendían "trampas'' que sólo puedo calificar de ingenuas y asquerosas. Si alguno caía, era entonces "degradado'' del ejército y enviado a la UMAP.
Muchos se suicidaban, otros enloquecían. Incluso sólo por el temor a que los ‘‘recogieran''. Mi amigo Benjamín (ya tampoco recuerdo su apellido), inédito poeta, se dio un tiro en la cabeza con el revólver de su padre miliciano.
Los que usaban los barbitúricos a veces sobrevivían. Recuerdo muchos jóvenes de mi generación que llevaban en el cuello como "roja insignia del coraje'' la cicatriz de la traqueotomía que solía hacerse en aquellos tiempos a los envenenados para darles respiración mecánica durante el coma.
Algunos de estos sobrevivientes suicidas, malvivían con problemas nerviosos, y hasta lo volvían a intentar. Muchos lo lograban a la segunda o tercera vez. Fueron notorios los casos de alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana que se precipitaban de la azotea de ese edificio.
Más que el miedo a los trabajos forzados, los abusos y las humillaciones constantes en esos campos de concentración, lo que los llevaba a esa salida desesperada era la humillación y degradación a la que eran sometidos. No es nada fácil al sobrevivir el ser tratado como un apestado en su propio país y que hasta la propia familia lo esquive a uno.
Porque es preciso recordar que esta medida persecutoria fue acogida con entusiasmo por muchos. En la mencionada entrevista a Castro, aunque éste admite a medias la culpabilidad, "quizá fuimos nosotros los culpables'', atribuye el surgimiento de esos campos organizados y mantenidos por el aparato gubernamental a un brote de homofobia. Es cierto que hubo un brote homofóbico, pero fue la consecuencia, no la causa de las UMAP. Antes de Castro hubo siempre una gran tolerancia para la homosexualidad y no sólo grandes figuras de la farándula y las artes eran homosexuales bastante conocidos, sino que muchos actuaban como transformistas muy bien pagados como Musmé, Lou Mitsouko, Mae Lans y otros.
La UMAP y la persecución a los homosexuales cumplía fundamentalmente la función de instituir el miedo en la población, buscar un chivo expiatorio contra el que los frustrados y envidiosos de siempre pudieran descargar su odio, y sobre todo, ir probando fuerza para una represión que iría siempre en aumento hasta que todas las libertades individuales fueran conculcadas.
La UMAP fue una copia de los campos de concentración nazis. Las recogidas en la calle ante los ojos de todos los transeúntes, las cercas electrificadas, el atropello de miles de inocentes, el trabajo forzado, el despojo de toda dignidad humana al individuo encarcelado, incluso el macabro detalle de que a la entrada de las horrorosas prisiones rurales desplegaron un letrero que decía: "El trabajo los hará hombres'', el de los campos de Hitler decía: "El trabajo los hará libres''.
Cuentan los que lo conocieron en sus años juveniles que Castro leía mucho Mi lucha, de Adolf Hitler, autor intelectual de esos lugares donde perecieron millones de personas. Parece que quiso imitarlo; aunque ahora quiera minimizar su culpa. Por suerte, aunque a muchos les costó la vida o la sanidad mental, las UMAP no resultaron tan trágicas como los campos de concentración nazi, pero éticamente fueron igual de monstruosas.
Para los que vivimos esa época, aun sin haber caído en ninguna redada, el horror no puede borrársenos de la piel; porque no sólo teníamos familiares y amigos que vivieron la experiencia en carne propia, sino que en todas partes se escuchaban los comentarios de alguien que había "caído en la recogida'' o que había muerto en la UMAP. Incluso figuras muy conocidas, el cantante Pablo Milanés fue uno de ellos. El gran dramaturgo Virgilio Piñera fue encarcelado en una recogida, y aunque el propio Nicolás Guillén fue a liberarlo, el pobre genio de las letras cubanas vivió toda su vida amedrentado.
El daño que hizo la UMAP a Cuba es irreparable, no sólo por sus secuelas para la cultura y la vida social de la nación, sino que fue una primera chispa de maldad que puso a unos cubanos contra otros, dando legitimidad a todo el que quería saciar sus miserias en alguien que no tenía manera de defenderse. De esa tara humana tardará mucho ese país en reponerse.
Castro ha reconocido --aunque ambiguamente-- su culpabilidad, quizá movido por circunstancias políticas, o quizá tratando de mejorar su imagen --casi póstuma-- quitándose algunos crímenes de su haber. No queda claro a quiénes se refiere cuando dice ‘‘nosotros''; pero lo cierto es que la mancha no es suya sola. Los carceleros, guardias, e informantes tuvieron la culpa directa de aplicar el suplicio y la burla, el golpe, el bayonetazo a las víctimas. cuyo único delito era haber nacido en un país enloquecido.
Esa culpa, al cabo de casi medio siglo, sigue ejerciendo su presión sobre una nación donde imperan todas las manifestaciones de la miseria. El episodio de la UMAP es sólo un símbolo de lo que ha sido ese sistema, la persecución sistematizada del individuo, la imposición de la política del miedo y la transformación de gran parte del pueblo en una masa de oportunistas, envidiosos y farsantes dispuesta a atropellar a los débiles, como aún sucede con las Damas de Blanco.
Sí, hay cosas que no se olvidan, que no deben olvidarse.
Fuente: El Nuevo Herald
setiembre 2010
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