CUBA FICCIÓN

EL ANÁLISIS

Bertrand de la Grange

Lo bueno de las cacareadas reformas de Raúl Castro es que están condenadas al fracaso. En lugar de salvar al régimen, ese remedo de capitalismo que propone el dictador cubano podría acabar de hundirlo. Por este motivo, y sólo por este, hay que celebrar unas medidas que van a exacerbar las contradicciones internas y provocar fisuras dentro de la propia nomenclatura.

En sus desvaríos poscomunistas para mantenerse en el poder a cualquier precio, los hermanos Castro están apostando a un capitalismo sin capital, sin propiedad privada y bajo el control férreo del Estado. Más que una paradoja, es un contrasentido, como lo ilustra el despido arbitrario de cerca de 500 mil empleados públicos. Una nueva ley les permitirá trabajar por cuenta propia en unas pocas actividades económicas (peluquería, taxi o agricultura, por ejemplo) que no podrán, sin embargo, absorber toda esa mano de obra. Además, otros 800 mil puestos estatales serán suprimidos en los próximos tres años, según el plan anunciado por el Gobierno. Todos esos trabajadores tendrán que buscarse la vida, pero bajo unas reglas restrictivas que son una afrenta a la libertad de empresa.

Raúl Castro no ha tomado esa decisión porque esté convencido de que el socialismo no tiene futuro. Lo ha hecho porque el Estado está quebrado y no puede seguir pagando salarios a millones de cubanos cuya productividad es casi nula. Y no producen porque reciben una paga miserable —menos de veinte dólares al mes en promedio—, que no les incita a trabajar. Con los despidos, el Gobierno se quita un problema de encima, pero se desentiende de las consecuencias.

…Los Castro conocen al dedillo esas dos experiencias y, hasta hoy, no han dado un solo paso que pudiera poner en peligro su hegemonía sobre la vida de sus 11.2 millones de súbditos. Están apostando a un sistema a dos velocidades: negocios jugosos para la nomenclatura, que se apropia de los recursos del Estado, tal y como ocurrió en el momento del derrumbe de la URSS, y actividades de supervivencia para todos los demás. La isla, sin embargo, no tiene las riquezas mineras ni las empresas gigantes que permitieron a la cúpula soviética pasar del comunismo al capitalismo y repartir migajas al resto de la población.

La nomenclatura cubana está ante una disyuntiva: conformarse con una dirección política incapaz de revitalizar una economía moribunda o sacársela de encima y desmontar el tinglado burocrático, empezando por la Constitución estalinista que impide el cambio real. Esa segunda opción sería un golpe de Estado, algo que nadie se atreve a comentar en Cuba, donde el Ejército no ha levantado cabeza desde que Fidel Castro mandó fusilar al general Arnaldo Ochoa en 1989. Hoy, a raíz de su grave enfermedad, el Líder Máximo ya no instila miedo en los mandos militares y ha perdido gran parte de su autoridad.

No sería sorprendente que algunos oficiales hayan empezado a barajar el proyecto de desbancar a los hermanos Castro. Si llegaron al poder por las armas, no sería nada sorprendente que se fueran de la misma manera. Cuba tiene muchos lugares tranquilos para recibirlos, empezando por la isla de la Juventud, donde estuvieron presos en tiempos del general Batista, que, por cierto, los trató a cuerpo de rey”.

Autor: La Razón. México D.F., 18 de septiembre de 2010
Fuente: Infolatam

Bertrand de la Grange
Maestría en Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de Grenoble (Francia). Corresponsal del periódico Le Monde en Canadá (1979-1986) y en México y Centroamérica (1987-1999). De junio de 1999 a julio de 2000 ocupó el cargo de portavoz y jefe de prensa de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala. Productor y realizador de reportajes y documentales para varias televisoras. Es coautor de los libros "Marcos, la genial impostura" (México, París y Madrid, 1998) y "¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político" (México, 2003, y Madrid, 2005).

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