El viaje a Cuba

Por: Carmen González Placeres

La madrugada duele, pero de una forma diferente cuando el destino del viaje es Cuba.


En la cabeza no cabe otro síntoma más que la presión psicológica. Presión por el equipaje, ¿que podré pasar?, ¿ que me quitarán?¿ con quien me tendré que fajar en la aduana? y cuantas " zetas" tendré que acusar en el acento para hacerme respetar.

Tenerife - Madrid no fue fácil, me parte el corazón todo, porque yo soy a su vez una mitad partida. Una abuela cubana, llora porque los regalos de sus nietos se quedan atrás en un mostrador de facturación de Iberia, exceso de equipaje, de ilusión y de esperanza. Era la abuela, fue la abuela que trabajó todo un año limpiando en un hotel para llenar sus ausencias emocionales de materia prima para exportar a Cuba; pulovitos, pinturitas, culeros desechables, amor, un par de zapatos, etc.

En el avión terminé gustosamente "pateada" por una niña que ese mismo día cumplía cinco años. Un arroz duro con jamón york amenizó el trayecto, jugo de naranja demasiado líquido para saber a algo cierto, y un pankecito de chocolate que sabía a reducida abundancia.

Jugadera de carta y buen ambiente, el avión iba medio vacío. Hubo respeto y contrarespeto, que las dos cosas son igual de buenas cuando las practica un buen cubano, un viajero cubano, un guajiro como lo fue Polo.

La gritería emocional del la cercanía al caimán, la solicitud de duralginas a los que las llevabamos, el sueño corto y el pensamiento largo de ver a quien te espera en el aeropuerto.

Mezcla de gente, italianos homosexuales, viejos españoles puestos pal jineterismo, caras de muertos y de vivos, rostros de búsqueda a lo cubano, sin serlo.

Mujeres desatadas, con deseos de baile y desenfreno, madres de familia que se frotaban las manos con la sensibilidad a flor de piel, sudando a mares la espera de una insalvable aduana, viviendo el momento como si de verdad, fuera el último.

Cubanos jóvenes, que vuelven especulando con un celular, y veinte mil cadenas, con revista pornográfica a modo del mejor diario de información. Cubanos jóvenes que vuelven después de años de lucha y de trabajo que ni especulan ni se les nota desparpajo, son simplementes hombres de la tierra.

Cantadera en el aterrizaje, botellas de ron ruedan vacías, los maletines se arrancan a tirones del los compartimentos, la señal de cinturones no se apaga, pero todos sabemos donde hemos caído. El desespero, el ansia, más sudor todavía, una debilidad llamada Cuba.

Sin duda una compra gratuita de VIDA, que no se vende en cualquier otro país del universo.

Un día de lluvia acaba con todo, los planes en La Habana no existen, los proyectos resultan ser sólo casualidades.

Ibamos con la gasolina justa, los cupes están de madre, ni con un "vale" ya se resuelve. Voy por calles rotas, cada vez más marcadas, eso no es nuevo, todos los sabemos. Veinte litros de gasolina, sufridos y limosnados.

La Habana es un silencio, la lluvia está acabando con las voces de la gente, las caras mueren ocultas en paraguas rotos. Yo miro, observo, quisiera inmunizarme, se lo pido a Dios sin creer en él. La inmunidad resulta inválida, y todo me toca ,me lastima, los brazos cansados de los transeúntes, las jabas vacías. Es La Habana real, la que se sufre en silencio como las hemorroides, la que se disfruta a gritos cuando se logra engañar el dolor.

Habana silenciosa y trepadora, arpía, la lluvía no logra limpiarte, calles más asquerosas que nunca, que siempre. Se pudren las paradas de guagua en miradas ciegas, descompone las ilusiones de los caminos diarios. Mata pasos de bicicleta, trapichea La Habana con jabitas de nylon cubriendo sus cabezas. Aguas de mayo cansínas. Gritos que nos se oyen, porque La Habana ya habla otro idioma. El idioma del silencio y la rabia contenida.

-¿ Dios, que hacer para que no me duela?

Mi amor, - ¿como soñar lindo si sólo veo muecas de falsas sonrisas?

Camino pisando la pobreza, voy coja de ambición, alcantarillas guerrilleras porque aún, en La Habana, sigue lloviendo.

Mi deseo es que salga el sol, ese si habla mi mismo idioma, quiero que se sequen mis pies mojados, y mi alma.

En La Habana llueve, y los "Pares" y los semáforos se oxídan igual que los cubanos.

Carmen González Placeres
Venezuela, 1971. Hija de emigrantes canarios. A los dos años de edad regresa a Tenerife donde pasó su niñez. Cursó sus estudios hasta graduarse de COU. Siempre tuvo gusto por la lectura, escribe relatos desde niña. Ama a Cuba, “soy mujer de islas”

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