Juanjo Robledo
BBC Mundo, Madrid
La mirada de Normando Hernández y Omar Rodríguez, los últimos disidentes cubanos que han llegado a Madrid, brilla en la oscuridad de un polígono industrial del barrio Vallecas.
Igual que sus siete compañeros que llegaron este martes, se alojan en un hostal barato y taciturno, lejos de todo, con un neón enorme que dice Welcome (Bienvenidos).
Ellos se mueven lentos, sin la corbata que lucían el primer día, deslumbrados, como si acabasen de nacer.
Forman parte del primer grupo de 52 presos políticos que el gobierno de Raúl Castro prometió liberar en los próximos cuatro meses, con la mediación de la Iglesia cubana y el gobierno español.
Este jueves los disidentes liberados darán una rueda de prensa para detallar más su cautiverio y lo que va a ser de su futuro.
Con un bolígrafo por equipaje
"Me siento triste y alegre. Triste por dejar mi país, a mi familia, a mis amigos y alegre por volver a ver a mi madre después de ocho años y que ella vea por primera vez a su nieta", comenta a BBC Mundo Normando, pausado, mientras se aferra a un bolígrafo gastado. Su madre viajó desde Miami a verle.
"Es lo único que me traje de Cuba. Lo poco que tenía se lo regalé a los otros presos, libros, ropa vieja", agrega con un nudo de emociones que apenas empieza a digerir.
"Justo ayer estaba en el hospital militar de reclusos de La Habana esperando mi momento. Los propios militares se alegraban, me decían que a ellos también les gustaría emigrar. Hemos vivido una dictadura salvaje en Cuba, este es el principio del cambio que necesitamos", comenta como si subrayara con su bolígrafo.
Así sobrevivió este periodista a siete años de cárcel, escribiendo. "La esperanza no es lo último que se pierde. Es lo primero que nace cuando ya no tienes nada", agrega.
Omar, por su parte, se siente todavía preso. "Pasé de una celda a la ventana de un avión. Siempre imaginaba mi vida en Cuba, no en el destierro", comenta a BBC mientras enseña un ejemplar del diario cubano Gramma donde se lee un titular: "Las ideas no se matan".
"¿Lo mejor de la libertad?"
A su alrededor, el desnutrido médico José Luis García Paneque (rebajó casi 40 kilos por una enfermedad intestinal), los periodistas Ricardo González, Julio César Gálvez, Léster González, Omar Ruiz. Todos lucen jeans o bermudas, sonríen con dificultad, se han quitado la corbata que les dieron en La Habana antes de tomar el avión a Madrid.
Hablan delante del hostal que le sirve de hogar temporal. Todos son miembros del llamado Grupo de los 75, disidentes detenidos en la primavera de 2003 y condenados a penas de hasta 28 años de cárcel.
No se veían desde entonces, sólo a través de los rumores y de las huelgas del fallecido Orlando Zapata y Guillermo Fariñas para que les liberasen.
Estaban encarcelados en prisiones distantes, en celdas diminutas (1.80 m. de ancho cuenta uno de ellos), dopados por el hedor de las letrinas y por el silencio.
"Eran instalaciones infrahumanas. No tenías luz ni agua potable, no sabias quién estaba en la celda contigua. Estabas aislado de todo", detalla a BBC Mundo Gálvez. El periodista y escritor estaba condenado a 15 años de prisión, estuvo siete. Allí desarrolló la artrosis que le acompaña.
"No podemos celebrar porque todavía quedan muchos compañeros allí, aunque soy optimista. Éste es el punto de partida de un pacto entre los cubanos, no la continuidad de un régimen que quiere perpetuarse en el poder. Si queremos un cambio económico, social, tiene que haber un cambio político", comenta mientras el médico Paneque le sigue atento con la mirada.
Todos lo dejaron claro en el comunicado que leyeron el día que llegaron al aeropuerto de Barajas: "Tenemos la esperanza de que los que quedan en Cuba gocen de las mismas libertades que nosotros tenemos en este momento. Y lucharemos para que sea realidad".
"¿Sabe qué es lo mejor de la libertad?", pregunta Gálvez. "Abrazar a tu familia, sentirla, tocarla. Ha sido lo mejor de estas primeras horas", responde mientras se asoman a la oscuridad de una ciudad y un país que desconocen.
"Vimos la final del Mundial"
Los últimos días antes de viajar a Madrid, Paneque estuvo nervioso por la selección de fútbol de España. "Ya nos habían trasladado a una prisión de La Habana. Allí vimos la semifinal y la final del Mundial".
"Sufrí por España, no quería que se fueran a penaltis. Y al final ganó", recuerda con una sonrisa que no encaja en su rostro enjuto. Paneque denuncia que en la cárcel recibió varias golpizas.
El economista Antonio Villareal, también liberado, no ha querido dar declaraciones. De hecho, "no sale de su habitación", dicen sus compañeros, "lo han destrozado psicológicamente".
El grupo mira su futuro personal como un lienzo de incertidumbres. "Después de vivir lo que he vivido, ya no me da miedo nada. Se vuelve a comenzar", comenta Hernández mientras Paneque suspira. Su esposa y sus cuatro hijos están en Texas (Estados Unidos). "No sé nada de mi futuro pero soy médico y puedo buscarme la vida", señala.
Gálvez frunce el ceño. "Ahora mismo estamos en un limbo legal. Somos medio libres, no podemos volver. El gobierno castrista no nos liberó, nos deportó. No tenemos la libertad para regresar a a Cuba, tenemos que pedir permiso para entrar. ¿Desde cuándo tienes que pedir permiso para entrar a tu país?", subraya el periodista como si una brecha enorme se abriese entre él y la isla.
Es verano en Madrid. No hay brisa marina, solo calor seco y preguntas. Todavía no se plantean si quedarse en España o marcharse a Estados Unidos donde algunos tienen familiares.
Paneque vuelve a sonreír como si se acostumbrara a un juguete nuevo: "Estoy muy agradecido con el pueblo español. ¿Cómo se puede sentir un hombre que ha estado preso siete años y de repente queda libre? Todavía no me sale la palabra".
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